Resignación, pena, dolor... todos esos sentimientos que se adentran en ti una y otra vez. Un mal día te dices, tan sólo un mal día. La situación empeora, no comes, no bebes... ¿Un capricho? Posiblemente.
Amanece. Son las siete de la mañana y tú sin saber nada de ella, como si de una maldición se tratase, lloras de impotencia. La amas. Quieres sentir su calor inundando todo tu ser, árdua tarea te espera.
Comienzas a escribir, tachando bocetos sin sentido. Escribir es tu opio, ¿verdad? O quizás una forma de desahogarte. Incluso puede ser tu única forma de acariciar esa libertad que tanto ansías.
Has tomado una decisión. Rebuscas entre todas tus cosas y encuentras una vieja cámara de fotos. Le quitas el polvo y sacas una foto, un recuerdo en el tiempo, a priori insignificante pero que podrás tener a tu mano siempre.
Una idea brillante florece en tu ser, sacándote esa sonrisa picaresca que creías haber olvidado. Coges tu móvil y llamas a tu mejor amigo, aquel que siempre se ha preocupado por ti en tus malos momentos.
Timbran a la puerta, tu amigo ha llegado, y en tus ojos emanan lágrimas de alegría, ¿y qué hace tu amigo? Sacarte una foto.
¿Por qué? le preguntas.
Simplemente quería ser uno de los pocos en transformar un sentimiento en imagen